Los derrames de superpetroleros

Por Rosana A. Guerra. (*)

Para un ave empetrolada morir de hambre en tierra o perecer de frío en el agua es casi lo mismo. El petróleo disuelve la capa aceitosa y aislante de su cuerpo y se transforma en una lápida oscura y maloliente. Ya no podrá volver al mar y este es el peor final, el de un exilio sin posibilidad de regreso. Desde hace unos 30 años los derrames de combustible protagonizados por los petroleros en mares y ríos del mundo comienzan como catástrofes ecológicas y terminan como noticias. Se producen en su mayoría por errores humanos o técnicos y por la ausencia de planes y políticas de prevención que protejan los océanos y sus costas, tanto a escala nacional como internacional. Reflejan además el escaso valor que le atribuyen algunos gobiernos y empresas a nuestra propia supervivencia como especie. La aparición de los grandes buques petroleros si bien disminuyó el número de viajes necesarios para transportar combustible por vía marítima, incrementó en forma alarmante el impacto social, ambiental y económico de sus accidentes. Esto explica por qué la mitad de las 3 millones de toneladas derramadas entre 1970 y 1990 se vertió en los diez accidentes más graves.
La generalizada utilización del petróleo y sus derivados en nuestra vida cotidiana, como nafta, querosén, aceites pesados o lubricantes, no debe ocultarnos su verdadera naturaleza: es una sustancia peligrosa, tóxica e incluso cancerígena. El petróleo crudo es un complejo de hidrocarburos que contiene más de 1.000 sustancias químicas diferentes. Una de ellas es el benceno, un cancerígeno grado 1 según la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer, IARC. La otra es el tolueno que produce mutación en las células vivas y puede afectar el desarrollo embrional y fetal del ser humano. El petróleo es un veneno tanto para los ecosistemas acuáticos y terrestres como para la vida humana. Y toda sustancia peligrosa que se transporta puede sufrir accidentes. En 1967 el buque Torrey Canyon derramó 121.200 toneladas de petróleo en Francia, ocasionando gravísimos daños ecológicos en las costas del Canal de la Mancha. La posibilidad se transformó en una trágica realidad. Once años después el petrolero Amoco Cádiz vertió 228.000 toneladas de crudo en este mismo lugar.

¿Cuáles son los factores que inciden en la magnitud e impacto público de los derrames de superpetroleros?. El primero, es la ubicación geográfica del vertido. La gravedad de esta sustancia tóxica se incrementa cuando se produce en zonas costeras debido a la gran diversidad biológica existente y por el contrario decrece en alta mar donde el número total de especies disminuye notablemente. El segundo, son los factores metereológicos imperantes en el lugar del vuelco. Las mareas altas, las corrientes oceánicas y los fuertes vientos agravan los efectos ambientales del derrame. Y el tercero es la composición del petróleo. Si bien entre 1970 y 1990 sufrieron accidentes más de 1.000 petroleros en el mundo, la tragedia del buque tanque Exxon Valdez ocurrida en Estados Unidos frente a las costas de Alaska quedó grabada a fuego en la historia de los derrames. Por una parte porque el accidente, ocurrido en 1989, derramó 41.600 toneladas de crudo en el estrecho Príncipe Guillermo provocando graves daños ecológicos que aún persistían en 1999. Y por otra, porque la compañía petrolífera Exxon tuvo que pagar a Alaska un monto inédito como indemnización por daños y perjuicios, casi 5 mil millones de dólares. La catástrofe del Exxon modificó en forma sustancial la normativa de transporte de sustancias peligrosas por vía marítima. En 1993 la Organización Marítima Internacional (OMI), organismo de las Naciones Unidas, estableció que los petroleros que se fabricaran a partir de esa fecha debían contar con doble casco. Los que tenían 25 años de antigüedad tendrían que adoptar mayores medidas de seguridad para prorrogar su vida útil y dejar de utilizarse a los 30 años. Sin embargo, el flanco débil de la normativa estribó en su alcance porque sólo rige para los buques que transportan más de 20.000 toneladas de crudo, o más de 30.000 toneladas de productos refinados del petróleo.

Negligencia inhumana.

¿Cuáles son las causas más frecuentes que producen derrames de petroleros en ríos y mares?. Las fallas humanas son lamentablemente la principal causa de derrame, seguida por problemas de infraestructura (equipos, materiales) que a fin de cuentas también son errores humanos. La tragedia ecológica de las Islas Galápagos ocurrida el 19 de enero de este año en Ecuador ejemplifica patéticamente cómo la falta de control de los gobiernos sobre los barcos petroleros de grandes empresas desencadena accidentes. El derrame de 900.000 litros de búnker y diésel provocado por el buque-tanque Jessica, cerca de la Isla San Cristóbal, se debió a varias negligencias humanas. La primera a la actitud de un capitán que dió la suicida orden de fondear cerca de las rocas volcánicas en la bahía del Naufragio. La segunda a la improvisación e irresponsabilidad de la Armada ecuatoriana que otorgó el permiso de navegación. Y la tercera a la codicia de las empresas involucradas. Originalmente el encargado de abastecer de combustible al barco de turismo Galápagos Explorer era el Doris I, pero como se averió, Petroecuador, la empresa que provee de combustible a los yates turísticos de las Islas, pidió que lo transportara el Jessica de bandera ecuatoriana . Aunque este buque no tenía autorización para navegar, Acotramar, la propietaria del Jessica, gestionó el permiso por vía telefónica un día sábado y en pocas horas lo obtuvo de la Dirección General de la Marina Mercante. El Jessica tampoco tenía seguro de responsabilidad civil porque en las leyes de Ecuador sólo los barcos que transportan más de 2.000 toneladas de combustible están obligados a asegurarse contra derrames. Pero esta situación no lo eximía de cumplir la normativa internacional sobre medidas de seguridad. Para el transporte de este tipo de combustible el buque debe ser de doble casco y el Jessica no lo tenía. La irresponsabilidad de la Armada Nacional del Ecuador que tiene el monopolio sobre la distribución de combustible en las Islas Galápagos es aún mayor cuando se tiene en cuenta que el archipiélago fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979 por la UNESCO, y que es el principal destino turístico del Ecuador con unos 60.000 visitantes al año.

El que contamina paga.

La Comunidad Europea endureció las normas de seguridad de los superpetroleros con la adopción del Libro Blanco. Está basado en el principio de responsabilidad ambiental que obliga a los responsables de la contaminación a pagar los costos de limpieza y recuperación de las zonas afectadas para “remediar” el daño causado. El catalizador fue el derrame de 30.000 toneladas de petróleo del barco de bandera maltesa Erika ocurrido en diciembre de 1999 en Francia. La muerte masiva de casi 300.000 aves en las costas bretonas y el triste récord de haber sufrido otros 5 derrames de crudo por petroleros en la década de 1990, fueron la última indignación y la primera causa de cambio. El principio de responsabilidad ambiental sustentado en la frase “el que contamina paga” sólo es efectivo cuando el responsable de la contaminación es identificado, el daño resulta cuantificable y se puede establecer una conexión. Luego de realizar una evaluación económica del daño, se podrá determinar si el área contaminada es recuperable o no. Si la restauración es técnicamente imposible, las compensaciones podrán destinarse a otros proyectos alternativos de recuperación ambiental. Otra de las medidas que adoptó la Comunidad Europea es la publicación cada 6 meses de una lista negra con los buques que tendrán negado el acceso a puerto. Estableció también que para el año 2015 estarán prohibidos todos aquellos que no dispongan de doble casco. La medida surgió luego de conocerse las conclusiones del informe anual del Memorándum París (MOU). Luego de inspeccionar el 25 % de los petroleros que arriban a sus costas, el estudio indicó que 675 de los 1.576 buques analizados en 1998 presentaban deficiencias de distinta clase. En 87 buques fueron tan graves que los petroleros fueron retenidos. La Comisión Europea difundió también que la antigüedad media de los petroleros registrados en la Unión Europea es superior a los 19 años y que casi la mitad de los buques están en los listados antes de 1979. Reveló asimismo que sólo el 21 % de los tanques destinados al transporte de crudo tienen doble casco.

Las consecuencias de las mareas negras se agravan aún más cuando los derrames de petroleros se producen en sitios que abastecen de agua potable a la población o en lugares donde el turismo es la principal fuente de ingresos. El derrame de 5.300 metros cúbicos de petróleo ocasionado por el choque entre el buque Estrella Pampeana de la empresa Shell y el carguero Sea Paraná en las costas del Río de la Plata el 15 de enero de 1999 es nuestro Exxon Valdez argentino. El accidente además de producir una catástrofe ambiental, afectó gravemente las economías regionales de los partidos de Magdalena y Berisso en la provincia de Buenos Aires. Los intendentes de estos municipios presentaron en la Justicia demandas por daños y perjuicios contra Shell y la empresa transportadora de contenedores Primus. La comuna de Magdalena pidió un resarcimiento económico de 155 millones de pesos y la temporada de verano del año pasado se inauguró con un cartel que decía “zona de desastre ecológico y ambiental” y en Berisso con otro que recomendaba “no bañarse”.

Los errores humanos y técnicos pueden y deben evitarse. El camino más seguro hacia nuevas catástrofes ecológicas producidas por los buques petroleros es la ausencia de planes y políticas de protección de nuestros recursos costeros y marítimos. Un régimen efectivo de manejo integral de los ríos y mares debe incluír la existencia de inspecciones periódicas y eficientes de los buques-tanques en las cuales los gobiernos ejerzan sin pruritos ni intereses creados su poder de policía. También es indispensable un mantenimiento adecuado de equipos, la instrucción y entrenamiento de personal y la existencia de planes de contingencia. Igualmente, asumir la responsabilidad ambiental por daños y la publicación de listas negras con los buques que no cumplan la normativa. Los derrames de superpetroleros en mares y ríos del mundo son uno de los tantos ejemplos patéticos de los desastres ambientales del siglo XXI y reflejan una sórdida indiferencia donde todos participamos por acción u omisión en nuestra propia masacre.

(*) Periodista.

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